Simbología
Bíblico-Litúrgica
La relación entre Palabra y Eucaristía, tal como sucede en todo templo cristiano. Se expresa en la condición central de los dos altares: el de la mesa de la Palabra y el de la fracción del Pan (Cf. SC 51; VD 68). Ambos se disponen para las celebraciones litúrgicas con el atril sobre el que reposa el texto bíblico, y con el copón y el cáliz que contienen las especies del pan y del vino.
Ambos también se extienden, más allá de los momentos litúrgicos, en la exposición permanente de la Sagrada Escritura sobre el ambón, en el extremo norte del templo, y de la reserva eucarística, en el extremo sur, dentro del sagrario, que, por cierto, es cuadrangular con los símbolos de los evangelios (Mateo, ángel; Marcos, león; Lucas, buey; Juan, águila) sobre sus cuatro costados.
Esta misma relación se expresa también en el hecho de que el oratorio del Santísimo, por su parte, está coronado con una bóveda bíblica, desde la cual el que lee de manera orante la Palabra puede contemplar al mismo tiempo el tabernáculo y “el sol que nace de lo alto” (Lc 1, 78) expresado en los bloques de vidrio que dan brillo al frontis del templo. En fin, esta íntima relación entre Palabra y Eucaristía se insinúa en las posiciones corporales favorecidas por la organización del templo: sentados en las bancas, en actitud discipular de aprendizaje, incluso el presidente y los concelebrantes, en dirección hacia el altar de la Palabra desde donde se proclama y se enseña; de pies, en actitud celebrativa, en dirección hacia el altar de la Eucaristía, donde se actualiza el misterio de la comunión teologal, fraterna y apostólica (Cf. DCE).
Las imágenes del Cristo Evangelizador, que da nombre a la capilla y que proviene de la escena bíblica donde el Maestro explica su misión precisamente con la lectura en la sinagoga de Nazaret de un texto del Antiguo Testamento (Cf. Lc 4, 14-21).
La del episodio también bíblico de la Anunciación (Cf. Lc 1, 26-38): el arcángel Gabriel, ubicado cerca al ambón, con una sugestiva invitación al silencio; la Virgen María, ubicada cerca al altar, al otro extremo del “presbiterio”, en atractivo gesto de escucha, que anticipa su tendencia a interiorizar lo que veía y oía, guardándolo en su corazón (Cf. Lc 2, 51), y su capacidad de escuchar la Palabra y de ponerla en práctica (Cf. Mt 12, 48-50; Lc 8, 19-21). Esta fidelidad mariana se expresa también en la cercanía de la imagen de la Virgen al crucifijo: “Estaba de pies junto a la cruz” (Jn 19, 25).
Y la de San Vicente de Paúl, ubicada detrás de la sede del presidente, leyendo el texto bíblico de Lucas que le ayudó a ver el rostro de Cristo en los rostros sufrientes de los pobres (Cf. DP 31, DSD 178, DA 393) Estas imágenes contienen un mensaje no solo para quienes celebran en la capilla, oran allí o la visitan, sino también para todos los que entran a la casa de encuentros para experiencias de recuperación de fuerzas, a través del silencio y de la escucha, y para su proyección misionera.
Las categorías que utilizó el Sínodo sobre la Palabra de Dios en la Vida y la Misión de la Iglesia (Cf. Mensaje Final): su Voz, la revelación, con la cual Dios “hizo” la creación y orienta la historia, presente en la relación de la capilla con la naturaleza, por medio de la visión trasparente de la naturaleza y su policromía que permiten los ventanales y las puertas, y de los cielos y los astros que permiten los vitrales ecológicos del Via Crucis; el Rostro de la Palabra, Jesucristo, presente en la imagen del Cristo Evangelizador que domina el paredón central; la Casa de la Palabra, la comunidad eclesial, congregada de manera circular más que lineal, horizontal más que vertical, con la simplificación de los niveles del piso y la ubicación de los asientos; los Caminos de la Palabra, la misión, anticipados en el anuncio y el envío a los discípulos misioneros, por parte de la imagen principal y del título del templo, Jesucristo Evangelizador. Esta perspectiva caminante se asume en el corredor ecológico, a modo de atrio circulante, que rodea generosamente al templo para una marcha orante o dialogante con otros peregrinos y con la creación que se divisa desde todos los ángulos.
Arquitectura
y Cosmogonía
La relación del interior con el exterior. La encíclica Laudato Si’ nos anima a contemplar el “libro de la naturaleza” uno e indivisible. Esta contemplación se puede hacer aquí y se facilita a través de la transparencia: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos; la luna y las estrellas que has creado…” (Sal 8). Esta relación evoca el templo ecológico de Teilhard de Chardin y convierte a la capilla en el lugar de Dios, con el que soñaba su pueblo del Antiguo Testamento.
La acentuada Cruz Andina o Chacana (Jach’akh’ana en lengua quechua significa escalera u objeto a modo de puente), conocida también como Cruz de Tiwanaku, símbolo milenario de los pueblos indígenas de los Andes centrales, en los territorios donde se desarrolló la cultura inca, inspira la cosmogonía de las quince estaciones del Via Crucis: “Una persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte hasta la cruz” (LS 99). La última de las cruces, atravesada por el sagrario, abre el horizonte de la Pascua hasta “más allá del sol”: para encontrarnos cara a cara con la infinita belleza de Dios, la feliz admiración del misterio del universo, la plenitud sin fin, el sábado de la eternidad… (Cf. LS 243).
Contemplada desde fuera, esta cruz pascual y cosmogónica, abrazada en sus dos costados por réplicas de bajo relieve, sostiene el vitral de los vivos colores de la casa común del cielo. Esta policromía, que desde allí se contempla con asombro, se pisa en el suelo interior de la capilla, enorme tapete que parte de los diversos tonos del rojo de la plataforma del altar de la Eucaristía, donde es inmolado el Cordero pascual, y del azul de aquella del altar de la Palabra, desde donde brota las aguas torrenciales, tanto de la creación como del diluvio y del bautismo. Ambos referente de los colores rojo y azul, y sus tonos, atraviesan a modo de cruce de caminos toda la capilla, dando lugar a una marcha misionera que se extiende hasta el “asombro compartido, donde cada creatura, luminosamente trasformada, ocupará su lugar y tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados… Es decir, hacia la fiesta celestial… ¡Caminemos cantando!” (LS 243).
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